El hombre honesto como ser social propicia a su alrededor un ambiente de confianza en donde los demás así como él mismo mejoran continuamente, donde se crean personas de bien gracias a la rectitud que allí se respira. Si no confiamos o desconfían de nosotros entonces es en este caso en donde las amistades se rompen en todos los ámbitos en los que nos relacionamos en la sociedad, pues nuestras promesas serán vanas y nuestra actitud será tan cerrada que solamente veremos los defectos ajenos y no los propios, no valoraremos las cualidades ni trataremos de tenerlas en nosotros.
Gracias a la seguridad que proyecta podemos ver siempre en esa persona que dará más de lo esperado, entregará más de lo que se le pide, de lo que sus propias capacidades limitan, nunca se rendirá y será de una manera desinteresada cuya única finalidad es sacrificarse para un bien, para dignificar a los otros y así mismo.
La honestidad nos conduce indudablemente a hablar de una manera clara y sincera con los que nos rodean, sin circunloquios ni tapujos triviales. El ser de esta forma es sin duda alejarnos de la mentira, de toda clase de mentira; el ocultar la verdad y tratar de ser diferente sólo con el fin de agradar a determinadas personas, fomentar en nosotros la hipocresía únicamente nos llevará a la frustración.
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